Hoy he visto a dos personas discutiendo en la calle. Les veía de lejos, con movimientos enérgicos y gestos exagerados. A veces, me llegaban retazos de la conversación que airadamente mantenían. Han estado discutiendo por un breve plazo de tiempo, hasta que cada uno se ha ido por su lado. Al contemplar este lamentable espectáculo, me ha dado por pensar.
Dado el caracter de la discusión, es lógico pensar que cualquiera de estos dos personajes habrá afrontado el día un tanto revirado, así que pobre del que se hayan encontrado por delante.
A veces te das de bruces con gente así, que va por la vida con los nervios a flor de piel y tratan de tintarte con su propia amargura. Sé que hoy en día es difícil no vivir así y que esta actitud es contagiosa. Basta con montar en el metro en hora punta para acabar desquiciado, contagiado de esquizofrenia barata y stress socio-fóbico profundo.
El caso es que para evitar estos comportamientos bastaría con desarrollar algún tipo de distintivo que avisara y controlara la disposición a la ira de cada individuo.
Imagino entonces una nube; una nube pequeña, sobre cada una de nuestras cabezas. Que varíe de color en función de nuestro estado de animo; del blanco puro al negro más enfermizo. Es más, que en el momento álgido descargue un pequeño aguacero. ¿No sería divertido?. Quizás tras el chaparrón recobrasemos un poco el sentido común y aprendiésemos a evitar esos cabreos iracundos que muchas veces manifestamos por soberanas tonterías. O quizás nos ayudaría a reirnos más de nosotros mismos, a tomarnos la vida de otra manera, menos en serio. Quizás nos ayudase a preocuparnos de la cosas que realmente tienen importancia.
Que bien nos vendrían a todos esas nubes. Que alguien las invente por favor...
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